Un fuego que arde en un cordón de dinamita avanza, porque el orden se lo permite. Más, se lo obliga.
Una lágrima de algodón gaseoso que se lanza al vacío se congela y hace nieve, porque el orden se lo permite. Más, se lo obliga.
Un átomo de oxígeno que atrapa un electrón, lo convierte en radical libre, reacciona con ácido desoxirribonucleico y crea una mutación que resulta en cáncer y fatalidad lo hace porque en el orden hay cabida para ello.
Ese manual de instrucciones juega a construir, y desde entonces nos ordenó en estos dedos que escriben y esos ojos que leen. Acuñamos ya el tan preciado término "ser", "vivir", "pensar", "morir"... Pero no quedará en más que eso: una apreciación. Más allá del lenguaje manipulado por una mente torpe, podríamos alcanzar senderos alingüísticos. Pero sería imposible conectar así con una pantalla, así es que optaré por la torpeza esta vez.
Como peces en cristaleras de 20x30, elegimos qué esquina aletear; pero sí, el mar nos queda lejos. Jugamos con nuestro ordenamiento, nuestra pecera, nuestro ser vivo humano. Hasta que un día este orden en continua mutación dé un vuelco más brusco que el diario y se disipe, para dar uno nuevo con nuestras piezas ya reordenadas. ¿Por qué? No importa; porque jamás un peón de madera supo leer un manual para moverse hacia delante de uno en uno. No perderemos esfuerzos en comprender nuestro manual, pero si en exprimirlo al máximo. No todos los días el juego te deja ser la reina de la partida que come en todas direcciones.
¿Y qué quiere la partida de nosotros durante este tiempo de realeza? Más, ¿qué nos obliga como una mamá maniática llamada orden, que no parirá una sola pieza sin seguir el manual? Que cumplamos la función para la que fuimos ordenados. Y lo seguiremos haciendo hasta el día del desorden. Habrá quienes recorran el tablero y sean capaces de tirar su dado; y otros que avancen con la dinámica del único primer lanzamiento.
Flipo viendo el océano que puede llegar a contener una sola mirada humana. Viendo su esencia, siento que ha descubierto una locura de cosas, y las enseña todas ellas, a veces con palabras a veces sin ellas, aún sabiendo que no todos los peces querrán beber de su pecera y aletear en su esquina.
No olvidar que de alguna forma estamos conectados, venimos de la misma caja y jugamos el mismo tablero al fin y al cabo. ¿Una torpe palabra? Gracias.
¿Un sendero alingüistico?
De humano a humano, y antes de que el desorden nos alcance,
(...)
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