(Se trata de mi propio comentario crítico hecho para la clase de lengua. Aún así creo que el texto da mucho que pensar, y da pie a reflexiones de todo tipo. Por eso lo quiero compartir!)
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"De niños, buscábamos en la playa una botella con un mensaje dentro porque se nos había metido en la cabeza que uno venía al mundo para salvar a un náufrago. No imaginábamos que de mayores, en lugar de encontrar la botella, encontraríamos al mismísimo náufrago. Y no sería uno, sino miles. Ahí están, llegan todos los días a nuestras costas, procedentes de países que se han ido a pique y por cuya borda han logrado saltar en el último instante. Algunos llegan muertos y no nos dejan otra oportunidad que la de enterrarlos, pero los vivos tienen todo lo que se espera de un verdadero náufrago: hambre, sed, pánico, fiebre, frío. (seguir leyendo)
Llevamos toda la vida esperándolos y ahora no somos capaces de reconocerlos. A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado. De hecho, si encontráramos el mensaje de un náufrago dentro de una botella, nos pelearíamos por dar con él para contar su historia en exclusiva. Las empresas de alimentación, de ropa, de ocio y de informática pagarían enormes sumas de dinero para apropiarse del cuerpo del infeliz, de modo que la noticia de su salvamento quedara unida para siempre al logotipo de su marca. Los políticos desbaratarían sus agendas para entregar al desdichado las llaves de la ciudad y proveerle de la documentación precisa para que circulara sin problemas. Por fin, dirían algunos, hemos hallado al náufrago cuya salvación justificaba nuestra vida. En lugar de eso, los burocratizamos con una eficacia tal que cuando la marea abandona sus cuerpos en la playa han dejado de ser personas con una biografía dentro (con dos, en el caso de las mujeres embarazadas) para convertirse en un objeto de consumo de las leyes. ¿Qué diríamos de alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos: negociar el modo de regular los naufragios, lo que, además de ser una locura, no soluciona el problema, ni siquiera lo alivia. Mientras los cuerpos de los náufragos que han venido a salvarnos se amontonan en el depósito, aún seguimos buscando la botella."
Llevamos toda la vida esperándolos y ahora no somos capaces de reconocerlos. A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado. De hecho, si encontráramos el mensaje de un náufrago dentro de una botella, nos pelearíamos por dar con él para contar su historia en exclusiva. Las empresas de alimentación, de ropa, de ocio y de informática pagarían enormes sumas de dinero para apropiarse del cuerpo del infeliz, de modo que la noticia de su salvamento quedara unida para siempre al logotipo de su marca. Los políticos desbaratarían sus agendas para entregar al desdichado las llaves de la ciudad y proveerle de la documentación precisa para que circulara sin problemas. Por fin, dirían algunos, hemos hallado al náufrago cuya salvación justificaba nuestra vida. En lugar de eso, los burocratizamos con una eficacia tal que cuando la marea abandona sus cuerpos en la playa han dejado de ser personas con una biografía dentro (con dos, en el caso de las mujeres embarazadas) para convertirse en un objeto de consumo de las leyes. ¿Qué diríamos de alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos: negociar el modo de regular los naufragios, lo que, además de ser una locura, no soluciona el problema, ni siquiera lo alivia. Mientras los cuerpos de los náufragos que han venido a salvarnos se amontonan en el depósito, aún seguimos buscando la botella."
Comentario crítico:
Se nos pone sobre la mesa una situación tanto extrema, como real. Juan José Millás es el encargado de que nos sentemos y nos paremos un instante a pensar. No se trata de algo que se viva una vez por casualidad, sino de la casualidad de que haya un solo dia que no se viva: la inmigración mundial. Hábilmente, el autor recurre a un estilo imaginativo, circular y lleno de ironía e incluso sarcasmo. Critica duramente, de forma directa, a la actual burocratización de la política de inmigración (que provoca miles de muertos todos los años por la excusa de un simple trámite), y de forma indirecta, a todos los viejos soñadores que un día desearon hallar un mensaje en un trozo de cristal transparente; y hoy no ven el verdadero autor de tales súplicas. Súplicas por, sencillamente, seguir respirando un tiempo más. Para ello, Juan José juega con diversos argumentos que sostienen su postura. En primer lugar, se presenta un argumento de analogía o semejanza entre el naufrago que lanza una botella al mar y aquel que salta por la borda de una patera. También, utiliza un argumento de causa por el cual, dice, echamos la vista a un lado ante su escalofriante realidad: esa causa, es la excesiva burocratización de la política de inmigración actual, insalubre en tales extremos; pero cotidianos de un modo u otro. Están muy presentes también los argumentos de ejemplificación a partir del hipotetico juego del qué pasaría si encontrasemos la tan ansiada botellita: empresas, políticos... Y por ultimo, aquel que tiene mas peso y del que no nos podemos olvidar: argumento moral. Se critica continuamente la situación carente de toda ética en la que ningún político se baja del burro, y siguen caminando como pollos sin cabeza. (Seguir leyendo)
Llegados a este punto, he de admitir que coincido al cien por cien con el autor en todo lo que escribe. Tanto, que creo que incluso podría haber sido más directo y tajante si cabe. Aun así, admiro sus comparaciones con la infancia, y esa imaginación que rompe de un modo extrahordinario las barreras de lo cotidiano y aburrido de ver en las noticias el panorama, para trasladarnos al qué pasaría si. En mi opinión, sólo así el autor consigue penetrar tanto en el lector, y sensibilizarlo. Nos hace darnos cuenta de nuestro propio razocinio: tal vez no sea tan racional y consciente como nos pensábamos. Y aquí es exactamente a donde quería llegar. Son muchos, y yo me incluyo, los que se quejan de esta situación de la que venimos hablando, en el bar o con la familia delante del televisor; cuando no somos capaces de mantener una conversación con aquel que sí lo consiguió y ahora solo busca ser escuchado en un semáforo en rojo.
La actualidad está llena aún, por desgracia, de casos como estos. Se me viene a la cabeza aquel pequeño de apenas dos años de vida encontrado, sencillamente muerto, bocabajo y con los brazos caídos. Aylan Kurdi, uno de entre los millones que padecieron su misma enfermedad: haber nacido donde nacieron y luchar por una vida mejor, o almenos una vida. Aquellos que dejaron su tierra buscando ser acogidos, y a cambio fueron rechazados con trámites absurdos que solo aumentan la desesperación de los inmigrantes, y nuestro racismo inconsciente. Sí, have que los consideremos diferentes por tener que saltar una barrera. Pensémoslo, otro simple viajante no la tendría. ¿Ellos por qué sí? Y para colmo, por suerte o por desgracia, ahí estamos para fotografiar al pequeño que intentaba escalar la barrera de la vida, y un politico atareado lo empujó desde lo más alto porque no tenía tiempo de escucharlo. Lo bueno es que gracias a esa instantánea, toda Europa quedó conmocionada, y comenzó a replantearse, como yo lo he hecho, si deberíamos hacer de lo legal lo legítimo; o de lo legítimo lo legal. Yo me quedo con la segunda.
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