martes, 23 de mayo de 2017

Mi último examen de filosofía para siempre... Crítica de Nietzsche a la cultura occidental

“La tradición no se hereda, se conquista” 
André Malraux, novelista, aventurero y político francés. 


La cita con la que encabezo este ensayo viene a reflejar esa crítica del filósofo alemán Nietzsche; cuando los más cultos del continente occidental son aquellos capaces de absorber como esponjas y escupir como frutos autocoros la tradición. Ese gran saco de valores que son la moneda de cambio en una sociedad meramente mercantil, y sin los cuales no entras en mercado. Eso justamente rechaza él en su obra La Gaya ciencia, entre otras.

Malraux se trata de un personaje representativo de la cultura francesa, que fue capaz de  incorporar los elementos de su yo público, propaganda política y la realidad de los hechos históricos que vivió de una manera vertiginosa en sus novelas. Según el biógrafo Oliver Todd, sería “el primer escritor de su generación que logró edificar de una manera eficaz su propio mito”. Sin importarle la terminología o los medios aceptados y usuales, se lanzó al vacío amarrado únicamente por su propio convencimiento. Conquistó su tradición, y no la que encadenaba al resto. Y digo encadenada no por convicción propia, que también, sino parafraseando al intuitivo y reflexivo Friedrich Nietzsche… Este afirmaba que el intento de instaurar la racionalidad por encima de todo ha sido el mayor error de la civilización occidental, viciada desde su origen. Arremetió eficaz e irónicamente contra la moral, la metafísica tradicional y las ciencias de su época. (Seguir leyendo)

Revisemos primero la moral. Para el alemán, su error es ir contra la naturaleza y los instintos primordiales de la vida, convirtiendo a ese hombre que buscaba alcanzar la idealizad, en el “esclavo ideal”. Distingue por un lado la moral de señores, una moral aristócrata, activa, creadora, en la que el hombre determina sus propios valores. Es la moral caballeresa, de espíritus elevados y fuertes que aman la vida, el poder y el placer. Por otro lado, la moral de esclavos pretende igualar a todos mediante la inversión de los valores: compasión, dolor, pequeñez, humildad, compasión, resignación… es una moral de rebaño, de hombres débiles. Según el filósofo, los valores tradicionales habían perdido su poder en las vidas de las personas, lo que llamaba nihilismo pasivo. Lo expresó en su tajante proclamación: “Gott ist tot”, tomado de la fenomenología del espíritu de Hegel (Phänomenologie des Geistes). Dios era el centro de todo lo ontológico, ético y moral. Pero cuando el hombre crece, aprende y madura lo suficiente, Dios deja de ser necesario. La muerte de Dios supone el momento en el que el hombre ha alcanzado la madurez necesaria para prescindir de un Dios que establezca las pautas y los límites de la naturaleza humana. Afirmó el imperativo ético de crear valores nuevos que debían reemplazar los tradicionales, y su discusión sobre esta posibilidad evolucionó hasta configurar su retrato del hombre por venir “superhombre” (übermensch)


Su método de análisis es la genealogía: parte del origen moral. Para los primeros griegos, la virtud era equivalente a la fuerza, la nobleza y el poder. A partir de Aristócratas, la virtud se identificó on la sabiduría debiendo renunciar a los placeres, las ambiciones y las pasiones. El “platonismo” de la escuela de Elea creó la idea de “espíritu puro” y del “bien absoluto”. Además, se decantó por un mundo conceptual estático e inmutable, frente al ser dinámico que hubiera defendido Heráclito de la escuela de Éfeso. El mundo de las ideas sirvió de más allá para los cristianos. Desde entonces, el hombre desprecia el cuerpo y el placer, poniendo todo su interés en la vida del más allá. Con el cristianismo, que surgió del judaísmo, terminaron por imponerse en la cultura occidental los valores de esclavos. La lógica de esta moral consiste en una alteración de la personalidad, porque considera que lo poderoso y lo fuerte es algo supra humano y en cambio lo débil y vulgar es propio del hombre. Las acciones elevadas no son propias del hombre sino de otro yo más perfecto que se denomina Dios. En su investigación filológica de las lenguas llegó a la conclusión de que bueno significaba primitivamente “lo noble y aristocrático”, contrapuesto a lo malo “lo simple, vulgar y plebeyo”. Más tarde los plebeyos se rebelaron y se llamaron a sí mismos buenos, denominando a los nobles como malvados. Por tanto, la moral aparece del producto del resentimiento producido por una civilización enemiga de la vida y creando un hombre incurablemente mediocre. El error de la filosofía griega habría sido la invención del estatismo del ser (Parménides) y del bien en sí (Platón). Es decadente todo aquello que se opone a todos los valores del existir instintivo y biológico del hombre.

En segundo lugar, la metafísica tradicional considera al ser como algo fijo, estático e inmutable, y al mundo como algo irreal, ya que del ser sólo conocemos sus apariencias. Esta distinción entre ser real y ser aparente conduce a negar el valor del mundo concreto y viviente. La filosofía dogmática afirma la existencia de un mundo sobrenatural cuya realidad es indemostrable, producto de la razón y de la necesidad del hombre para sobrevivir en el mundo del devenir, en el cual se siente inseguro. Para la tradición, la razón conoce la realidad a través de los conceptos que son universales e inmutables, convirtiendo al ser en algo estático e irreal. El concepto, además, expresa una multiplicidad de realidades individuales que nunca son idénticas, es un conjunto de ilusiones que el uso y la costumbre imponen, pero que no manifiesta la realidad. Para Nietzsche, el conocimiento de la realidad empieza por las sensaciones, con las cuales se forma una imagen mediante metáforas intuitivas y se pasa esta imagen al concepto a través de la fijación de una metáfora. Esta fijación es producto de la costumbre. La verdad sólo sería posible si existiera una percepción exacta de la realidad, lo cual es imposible. Para este filósofo, la metafísica pretende racionalizar lo que es imposible de racionalizar:”el ser como devenir”. Se ha dedicado a mitificar al ser a través de los conceptos y hacer depender al hombre de una razón superior: Dios, la razón o la ciencia.

Desde su crítica a las ciencias, afirma que estas, producto de la razón, nos impiden conocer la realidad fielmente. El mecanismo y el positivismo se basan en la matematización de lo real, considerando que sólo existe lo cuantificable, pero no se sabía nada de la pasión, el amor. La ciencia convierte la realidad en números, anulando las diferencias entre los individuos y, para Nietzsche, “reducir las cualidades a cantidades es un error y una locura”.

Los dos dioses griegos, Apolo y Dionisios, serán los representantes de esta original visión. El primero representa la serenidad, claridad, la medida y  el racionalismo. Dionisos, sin embargo, es lo impulsivo, lo excesivo, lo desbordante, la afirmación de la vida, el erotismo y la orgía como culminación de este afán de vivir, es decir sí a la vida a pesar de todos sus dolores. La filosofía occidental, encabezada por Platón y Aristóteles reprimió los planteamientos dionisíacos para ofrecer una visión del mundo a-solista. Frente a esto, Nietzsche niega los ideales apolíneos y reclama el triunfo de los ideales dionisíacos mediante la utilización metafórica del lenguaje como expresión de la voluntad de poder.

La vida se repite. Es el llamado eterno retorno. Siempre pediremos ser más, eternos en el placer, y volverá en nuestras futuras generaciones. Esta visión tan exitoso de los románticos alemanes, del eterno retorno, ya se encontraba en las enseñanzas de Heráclito: cuando están realizadas todas las combinaciones posibles de los elementos del mundo, quedará todavía un tiempo indefinido por delante, y entonces volverá a empezar el ciclo y así indefinidamente. Todo lo malo y miserable se repetirá con ello: “Habéis evolucionado del gusano al hombre, pero todavía hay mucho de gusano en vosotros” El hombre es como una enfermedad en el universo, y el único animal que todavía no ha llegado a consolidarse. Sólo el superhombre puede ir transformando el mundo, sus valores y su devenir.

Para concluir me gustaría retomar la cita con la que encabezaba este ensayo, de la que se desprende el llamado nihilismo: la fuerza del espíritu de occidente, cansado y agotado por los. valores inadecuados y falsos de su “verdadero mundo” se vuelve nihilista. Se desvalorizan los más altos valores, se pierde la meta marcada y la cultura por ello se queda sin sentido. Pero antes de caer rotundamente en el pesimismo, debemos levantar cabeza y tomar un rumbo nuevo, capitanes del naufragio. Y en su viaje de vuelta, recuerden:





“Solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”.— Antonio Machado 

2 comentarios:

  1. Nunca digas "mi último examen de filosofía para siempre" porque si algo tiene de valor la Filosofía es que nunca deja de examinarnos de aquello que constituye su principal objeto: LA VIDA

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    1. Puff llevas toda la razon del mundo. Gracias por ser tan distinto al resto de profesores!!

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