“La tradición no se hereda, se
conquista”
André Malraux, novelista, aventurero
y político francés.
La cita con la que encabezo este ensayo viene a reflejar esa crítica del
filósofo alemán Nietzsche; cuando los más cultos del continente occidental son
aquellos capaces de absorber como esponjas y escupir como frutos autocoros la
tradición. Ese gran saco de valores que son la moneda de cambio en una sociedad
meramente mercantil, y sin los cuales no entras en mercado. Eso justamente
rechaza él en su obra La Gaya ciencia, entre otras.
Malraux se trata de un personaje representativo de la cultura francesa, que
fue capaz de incorporar los elementos de su yo público, propaganda
política y la realidad de los hechos históricos que vivió de una manera
vertiginosa en sus novelas. Según el biógrafo Oliver Todd, sería “el primer
escritor de su generación que logró edificar de una manera eficaz su propio
mito”. Sin importarle la terminología o los medios aceptados y usuales, se
lanzó al vacío amarrado únicamente por su propio convencimiento. Conquistó su
tradición, y no la que encadenaba al resto. Y digo encadenada no por convicción
propia, que también, sino parafraseando al intuitivo y reflexivo Friedrich
Nietzsche… Este afirmaba que el intento de instaurar la racionalidad por encima
de todo ha sido el mayor error de la civilización occidental, viciada desde su
origen. Arremetió eficaz e irónicamente contra la moral, la metafísica
tradicional y las ciencias de su época. (Seguir leyendo)
Revisemos primero la moral. Para el alemán, su error es ir contra la
naturaleza y los instintos primordiales de la vida, convirtiendo a ese hombre
que buscaba alcanzar la idealizad, en el “esclavo ideal”. Distingue por un lado
la moral de señores, una moral aristócrata, activa, creadora, en la que el
hombre determina sus propios valores. Es la moral caballeresa, de espíritus
elevados y fuertes que aman la vida, el poder y el placer. Por otro lado, la
moral de esclavos pretende igualar a todos mediante la inversión de los
valores: compasión, dolor, pequeñez, humildad, compasión, resignación… es una
moral de rebaño, de hombres débiles. Según el filósofo, los valores
tradicionales habían perdido su poder en las vidas de las personas, lo que
llamaba nihilismo pasivo. Lo expresó en su tajante proclamación: “Gott ist
tot”, tomado de la fenomenología del espíritu de Hegel (Phänomenologie des
Geistes). Dios era el centro de todo lo ontológico, ético y moral. Pero cuando
el hombre crece, aprende y madura lo suficiente, Dios deja de ser necesario. La
muerte de Dios supone el momento en el que el hombre ha alcanzado la madurez
necesaria para prescindir de un Dios que establezca las pautas y los límites de
la naturaleza humana. Afirmó el imperativo ético de crear valores nuevos que
debían reemplazar los tradicionales, y su discusión sobre esta posibilidad
evolucionó hasta configurar su retrato del hombre por venir “superhombre”
(übermensch)
Su método de análisis es la genealogía: parte del origen moral. Para los
primeros griegos, la virtud era equivalente a la fuerza, la nobleza y el poder.
A partir de Aristócratas, la virtud se identificó on la sabiduría debiendo
renunciar a los placeres, las ambiciones y las pasiones. El “platonismo” de la
escuela de Elea creó la idea de “espíritu puro” y del “bien absoluto”. Además,
se decantó por un mundo conceptual estático e inmutable, frente al ser dinámico
que hubiera defendido Heráclito de la escuela de Éfeso. El mundo de las ideas
sirvió de más allá para los cristianos. Desde entonces, el hombre desprecia el
cuerpo y el placer, poniendo todo su interés en la vida del más allá. Con el
cristianismo, que surgió del judaísmo, terminaron por imponerse en la cultura
occidental los valores de esclavos. La lógica de esta moral consiste en una
alteración de la personalidad, porque considera que lo poderoso y lo fuerte es
algo supra humano y en cambio lo débil y vulgar es propio del hombre. Las
acciones elevadas no son propias del hombre sino de otro yo más perfecto que se
denomina Dios. En su investigación filológica de las lenguas llegó a la conclusión
de que bueno significaba primitivamente “lo noble y aristocrático”,
contrapuesto a lo malo “lo simple, vulgar y plebeyo”. Más tarde los plebeyos se
rebelaron y se llamaron a sí mismos buenos, denominando a los nobles como
malvados. Por tanto, la moral aparece del producto del resentimiento producido
por una civilización enemiga de la vida y creando un hombre incurablemente
mediocre. El error de la filosofía griega habría sido la invención del
estatismo del ser (Parménides) y del bien en sí (Platón). Es decadente todo
aquello que se opone a todos los valores del existir instintivo y biológico del
hombre.
En segundo lugar, la metafísica tradicional considera al ser como algo
fijo, estático e inmutable, y al mundo como algo irreal, ya que del ser sólo conocemos
sus apariencias. Esta distinción entre ser real y ser aparente conduce a negar
el valor del mundo concreto y viviente. La filosofía dogmática afirma la
existencia de un mundo sobrenatural cuya realidad es indemostrable, producto de
la razón y de la necesidad del hombre para sobrevivir en el mundo del devenir,
en el cual se siente inseguro. Para la tradición, la razón conoce la realidad a
través de los conceptos que son universales e inmutables, convirtiendo al ser
en algo estático e irreal. El concepto, además, expresa una multiplicidad de
realidades individuales que nunca son idénticas, es un conjunto de ilusiones
que el uso y la costumbre imponen, pero que no manifiesta la realidad. Para
Nietzsche, el conocimiento de la realidad empieza por las sensaciones, con las
cuales se forma una imagen mediante metáforas intuitivas y se pasa esta imagen
al concepto a través de la fijación de una metáfora. Esta fijación es producto
de la costumbre. La verdad sólo sería posible si existiera una percepción exacta
de la realidad, lo cual es imposible. Para este filósofo, la metafísica
pretende racionalizar lo que es imposible de racionalizar:”el ser como
devenir”. Se ha dedicado a mitificar al ser a través de los conceptos y hacer
depender al hombre de una razón superior: Dios, la razón o la ciencia.
Desde su crítica a las ciencias, afirma que estas, producto de la razón,
nos impiden conocer la realidad fielmente. El mecanismo y el positivismo se
basan en la matematización de lo real, considerando que sólo existe lo
cuantificable, pero no se sabía nada de la pasión, el amor. La ciencia
convierte la realidad en números, anulando las diferencias entre los individuos
y, para Nietzsche, “reducir las cualidades a cantidades es un error y una
locura”.
Los dos dioses griegos, Apolo y Dionisios, serán los representantes de esta
original visión. El primero representa la serenidad, claridad, la medida
y el racionalismo. Dionisos, sin embargo, es lo impulsivo, lo excesivo,
lo desbordante, la afirmación de la vida, el erotismo y la orgía como
culminación de este afán de vivir, es decir sí a la vida a pesar de todos sus
dolores. La filosofía occidental, encabezada por Platón y Aristóteles reprimió
los planteamientos dionisíacos para ofrecer una visión del mundo a-solista. Frente
a esto, Nietzsche niega los ideales apolíneos y reclama el triunfo de los
ideales dionisíacos mediante la utilización metafórica del lenguaje como
expresión de la voluntad de poder.
La vida se repite. Es el llamado eterno retorno. Siempre pediremos ser más,
eternos en el placer, y volverá en nuestras futuras generaciones. Esta visión
tan exitoso de los románticos alemanes, del eterno retorno, ya se encontraba en
las enseñanzas de Heráclito: cuando están realizadas todas las combinaciones
posibles de los elementos del mundo, quedará todavía un tiempo indefinido por
delante, y entonces volverá a empezar el ciclo y así indefinidamente. Todo lo
malo y miserable se repetirá con ello: “Habéis evolucionado del gusano al
hombre, pero todavía hay mucho de gusano en vosotros” El hombre es como una
enfermedad en el universo, y el único animal que todavía no ha llegado a
consolidarse. Sólo el superhombre puede ir transformando el mundo, sus valores
y su devenir.
Para concluir me gustaría retomar la cita con la que encabezaba este
ensayo, de la que se desprende el llamado nihilismo: la fuerza del espíritu de
occidente, cansado y agotado por los. valores inadecuados y falsos de su
“verdadero mundo” se vuelve nihilista. Se desvalorizan los más altos valores,
se pierde la meta marcada y la cultura por ello se queda sin sentido. Pero
antes de caer rotundamente en el pesimismo, debemos levantar cabeza y tomar un
rumbo nuevo, capitanes del naufragio. Y en su viaje de vuelta, recuerden:
“Solo triunfa quien pone la vela donde
sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”.— Antonio
Machado
Nunca digas "mi último examen de filosofía para siempre" porque si algo tiene de valor la Filosofía es que nunca deja de examinarnos de aquello que constituye su principal objeto: LA VIDA
ResponderEliminarPuff llevas toda la razon del mundo. Gracias por ser tan distinto al resto de profesores!!
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