Investigación básica
Buscando un punto de partida
Para poder opinar por nosotros mismos en este marco, es sin duda necesario que primero coloquemos todas las cartas sobre la mesa, para después escoger nuestro propio “mazo” y jugarlo de la mejor forma para cantar “Mus”!! Pero, aunque un tema tan criticado y apuñalado nos lleve irremediablemente a golpear hasta el último peón, dejémonos por un momento de símiles y sinestesias y situémonos sobre el tablero. ¿Cuál es el principio? ¿El sostén desde el que debe partir nuestro análisis? Partir de una definición ampliamente aceptada siempre puede ser un buen comienzo…
Consultemos pues a la Real Academia de la lengua Española. ¿Qué nos dice?
Así es. La investigación tiene como principal propósito ampliar los conocimientos sobre un aspecto concreto de la vida, empleando para ello el conocido método científico experimental. El apelativo de “básico” le aporta una potente significación de soporte, necesidad, dependencia del resto al mismo. Si entrelazamos ambos términos y preguntamos al Premio Rey Jaime I de Investigación Básica, Fernando Martín, la investigación básica o pura tiene como finalidad la obtención y recopilación de información para ir construyendo una base de conocimiento que se va agregando a la información previa ya existente. Con ella se descubren las leyes universales o generales sin que tenga necesariamente una aplicación a corto plazo sobre la sociedad, y que guarda una estrecha relación con la investigación aplicada.
Por otro lado, la citada investigación aplicada consistiría más bien en la búsqueda de metodologías experimentales para aplicar un conocimiento adquirido y obtener resultados palpables directos sobre la sociedad. Resolver un determinado problema o planteamiento específico. En este aspecto, y sin valorar aún si esto es legítimo o no a nuestro modo de entender la ciencia y la vida, el factor económico tira indudablemente de la balanza.
Para dejar del todo claro este concepto, echemos la vista ahora atrás en la historia.
Arquímedes de Siracusa, 287-212 a.c. Aquel que dijo: “δῶς μοι πᾶ στῶ καὶ τὰν γᾶν κινάσω” (Denme un punto de apoyo y moveré el mundo); es uno de los primeros ejemplos dentro de la ciencia tal y como la entendemos hoy. Un griego clásico irónicamente “contracorriente”, que dio la mano a la ciencia durante sus primeras andaduras para desarrollar una innegable investigación básica. Describió las leyes físicas que debían regir la distribución de fuerzas a lo largo de un plano y sus modificaciones sin llegar jamás a inventar la palanca. No lo necesitó, porque no buscaba un nuevo artilugio para sus cultivos o sus armas; sino simplemente conocer un poco más las leyes de la física que lo regían. Como él, miles de científicos que han optado por abrir el surco del conocimiento poniéndose a disposición del futuro y sus aplicaciones. En este segundo marco se encuentran grupos de investigación como el dirigido por el biomédico Joseph Maria Llovet: dirigió el estudio sobre el fármaco sorafenib que cambió el tratamiento de los tumores hepáticos; elaboró junto al equipo del Clínic una clasificación de cánceres de hígado que hoy se utiliza en todo el mundo; ha clasificado los distintos tipos de cáncer de hígado según su perfil molecular; ha identificado genes que favorecen la progresión del cáncer... Todo ello con un objetivo claro: erradicar el cáncer, y concretamente el de tipo hepático.
Habiendo dejado de manifiesto la maravillosa y necesaria relación entre investigación básica e investigación aplicada, comencemos a jugar con los datos. ¿Cuál de ellas abre camino? ¿Cuál es hoy la abanderada en la búsqueda de prestigio y beneficios?
Los datos no engañan
… ¿Vale, pero ¿eso para qué sirve? (Seguir leyendo)
Es una de las frases que más se oye en los despachos de empresas y laboratorios cuando un “ingenuo” presenta una nueva idea que no apunta a la ganancia bruta de beneficios económicos enmascarados con vidas salvadas y sonrisas enchaquetadas. En nuestro mundo actual, en nuestra sociedad, predomina una mentalidad cortoplacista que busca siempre la aplicación y beneficio inmediato. Sean los genes con sed de supervivencia, o las gentes aceleradas con hambre de recompensa; esta mentalidad está fuertemente adherida a nuestro día a día. Y si algo tiene un diario son cifras. La razón publicaba el pasado 23/02/2015 un informe del Instituto de Estudios Económicos donde reflejaba una relación entre la inversión en I+D+I de los países más destacados de la U.E y la recuperación económica que habían experimentado entre 2008 y 2014.
¿Cuáles son los países a la cabeza de la inversión? Aquellos más desarrollados. Pero también se ven algunos países más pobres que ahora están en un proceso de crecimiento gracias a sus políticas de inversión en I+D+I. Sin embargo existen países como España que no han hecho sino reducir su inversión en investigación, mientras buena parte de los países han hecho todo lo contrario.
La importancia investigación básica, además, puede verse hoy en nuestros días. A inicios del siglo XX, las inquietudes del alemán Wilhelm Röntgen lo condujeron al descubrimiento de los rayos X y a la dupla de Watson y a Crick a desnudar la estructura del ADN en 1953. En 1927, la predicción del positrón realizada por el físico teórico inglés Paul Dirac fue considerada una curiosidad inútil de la naturaleza con poca o ninguna importancia práctica. Hoy la medicina nuclear utiliza la tomografía por emisión de positrones o PET como herramienta de diagnóstico de cáncer o para identificar el origen de la epilepsia en el cerebro. Sin la teoría general de la relatividad de Albert Einstein, no habría sistema de navegación GPS. Aproximadamente el 20% del PBI mundial se basa en aplicaciones de la teoría cuántica, es decir, física teórica, ciencia básica. La investigación fundamental llevó también al desarrollo del láser, a la primera confirmación de la existencia de los quarks, a la primera síntesis de la penicilina. Ejemplos y más ejemplos que demuestran que sin la previa investigación pura, el camino hasta el presente habría sido otro muy distinto.
¿Y ahora qué?
Lo positivo de todo esto es que aunque el problema sea inherente a cada mente, igualmente hoy está en boca de todos; y con un poco de tiempo y el esfuerzo de los “ingenuos” que apostamos por darle un empuje a la investigación básica, esta mentalidad puede cambiar. No queramos avanzar demasiado rápido y nos perdamos en la jungla de la velocidad y la aplicación. Seamos conscientes de que extendiendo la base, llegaremos más alto.
En noviembre de 1939, Abraham Flexner, pionero en la educación médica en Estados Unidos y secretario del Instituto para Estudios Avanzados en Princeton, publicó un ensayo que muchos consideran el manifiesto de la ciencia básica, The Usefulness of Useless Knowledge (La utilidad del conocimiento inútil). "A lo largo de la historia, los grandes descubrimientos e innovaciones han sido hechos por hombres y mujeres guiados no por el deseo de ser útiles sino por el simple deseo de satisfacer su curiosidad", escribió en la revista Harper’s. Con una prosa fluida, Flexner exponía la base estructural de la investigación: la ciencia básica más que un gasto es una inversión, una actividad que necesita estabilidad, continuidad y orden, marcada por un alto grado de incertidumbre en sus resultados, pero que sin ella cualquier aplicación al largo plazo se desvanece.
Tenemos muy claro que la investigación aplicada es necesaria en nuestro desarrollo como sociedad avanzada, pero también que no podemos dejar de lado la primera, porque sin ella todo pierde sentido.
No nos podemos despedir sin ponernos antes un poco más filosóficos, y hablar por nosotros mismos dejando por un momento el botón de búsqueda de google desactivado…
La vida es corta, y no duraremos aquí para siempre. Aceptemos que somos vulnerables, que el conocimiento es infinitamente limitado y que somos influenciados y controlados en cada movimiento de tecla. ¿Qué nos queda? Ser coherentes con nuestra existencia, conocer nuestro reflejo; aunque no podamos conocer al sujeto que lo crea, y seguir el curso de nuestra naturaleza sin oponernos a ella. Esto es, ser felices: esa es la única meta común a cualquier persona que hace latir un corazón. El cómo lo seamos es lo que cambia en cada cual, y jamás podremos afirmar que nuestro modo de verla sea el correcto. Porque tal vez sean todos correctos. Somos seres naturales, y todo lo que hagamos es natural y está en los límites de lo posible, sin buscar razones. Ahora bien, la ciencia es algo creado, no preexistente. Nació con un objetivo claro: servir como acompañante a un grupo de corazones latientes para hacerlos llegar más lejos, dejarse enriquecer por estos y sumar otros nuevos que la acompañen. Como una herramienta de construcción y de vida. Científicos seremos todos los que de primera mano impulsemos nuestra creación, nuestra ciencia. Y personalmente creemos que la ciencia no debería estar ensuciada por intereses particulares, egoísmo, dinero,… Porque ese no fue el objetivo para el que fue creada. Aunque al ser natural este comportamiento, exista la posibilidad.
Con esto venimos a defender que cualquier científico debe ser sano, y aportar su tiempo y su esfuerzo al camino de los demás; deshaciéndose, con mucha dificultad, de la búsqueda de aplausos, premios y patrimonios. Porque ese no fue el objetivo para el que fue creada, porque así no avanza; posiblemente se retraiga. Porque al final un día dejaremos de latir, y qué forma sino más bonita de dejar de hacerlo: haciendo latir a otros muchos más que encuentren también su coherencia en la vida.
Cuando la ciencia es sana, busca por si sola un término medio entre la base y la aplicación.
Cuando la gente es sana, cree en la ciencia sin llamarla ciencia. La llama vida.
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