Berto formaba parte del personal de una empresa constructora internacional. Increíble. Su empresa estaba en boca de todos, y formar parte de ella había sido el orgullo de todos los amigos, familia y grupos de convivencia a los que pertenecía. La empresa tenía los mejores planos de todo el continente, en los que cualquier empresa más había invertido y sobre los que aún se trabajaba para poder retocar, renovar y realizar algunos ajustillos. Berto había estado pensando en poder pasar las vacaciones en una isla en mitad del Océano Pacífico, pero justo entonces tenía un gran proyecto entre puños, y abandonarlo suponía su expulsión inmediata. Todos lo animaban a seguir, y él sin pensarlo dos veces aceptó el contrato con una enorme sonrisa. Dos meses después, la gran obra de arquitectura estaba conseguida. Los pelos como escarpias. El nuevo complejo urbanístico para todo tipo de familias estaba terminado en una zona de campo de la península del Peloponeso, frente al Cáucaso.
Parecía que la tierra temblaba con cada paso que Berto daba mientras caminaba observando el resultado final. Serían sobre las 9 de la noche. La Luz penetrante nacarada del fondo reflejaba cada cristal en ventana, cada ondulación en aluminio. Cada puerta giratoria en recepción, cada buzón de correos metalizado y cada fuente alicatada.
— Todo esto lo hemos conseguido juntos. ¡Qué orgullo!— gritaba el compañero de obra de Berto.
— Sí, claro!!…— titubeó Berto.
— Bueno ya es hora de que me marche. Vete a casa a descansar; te lo mereces.
— Ahora voy, ve yendo.
Al final de la calle principal, un diminuto precipicio, donde el sol ya se escondía y creaba con su luz un suave algodón de azúcar rosado en el cielo. Era hora de marchar. Debía regresar por la misma línea recta por la que había presenciado aquel espectacular complejo. Algo por dentro le gritó de repente. Hizo caso a la voz y se giró. Todo el camino que había visto, ahora desde el lado contrario. La luna de las 9:10 de aquel atardecer le dijo algo desde el fondo, y ahora supo que había visto su Télos.
Abrió las manos, sintió la brisa en sus yemas endurecidas y agrietadas,… y corrió. Corrió mucho. Corrió con los ojos cerrados.
Aluminio volador. Hierro rotatorio. Fuegos artificiales de suave vidrio hecho virutas. Césped enraizado que cumplía su sueño, por aquellos instantes, de estar más alto que los caracoles que babean sus láminas. Polvo de barro y escombros que enmaraban la destrucción de dos meses de trabajo suyo… cientos de miles de planos y diseños de empresa.
Ahora estaba al principio de la calle, observó aquel caos calmado, y sintió que era feliz.
— Berto??!! TE HAS VUELTO LOCO?!! No tienes ni idea de cómo se hacen aquí las cosas. Mira lo que has hecho. Has echado a perder toda tu reputación. Jamás volverás a tener trabajo. Jamás volverán a contratarte en la empresa, y probablemente en ninguna otra.
— Sí, he hecho una locura. Vivir 20 años construyendo con los planos de la empresa, las herramientas de la empresa, los tornillos de la empresa y la tinta negra con la que firmaba mis lágrimas. Sí, he hecho otra “locura”. He querido ser feliz desde “la ignorancia”.
Por suerte, la historia de Berto es pura ficción. No hay pérdidas en la empresa.
Por desgracia, la empresa tiene nombre hoy y siempre, y Berto somos todos nosotros. Veréis, sí…
Berto era un gigante. Así es, desde que nació le diagnosticaron un crecimiento precoz descontrolado, y cuanto más comía, más crecía. Deseaba pasar sus vacaciones en el Océano, porque a él el mar le cubría sólo hasta las rodillas, y no podía disfrutar de una carrerita a la boya o una actividad de buceo con sus amigos. El proyecto que tenía “entre puños” se suponía que debía hacerlo feliz, con una “enorme sonrisa”; aun estar golpeándolo por dentro por no estar hecho a su medida. No podía vivir en ellos, ni en ningún otro que construía la empresa. La tierra no sólo parecía tambalearse, sino que lo hacía, al ritmo de los pasos vagos de Berto observando la obra de aquel otro. La Luz que iluminaba lo establecido era el sol de Platón, al fondo del “diminuto” precipicio para el gigante. Las guías, los materiales,… todo; estaba hecho desde la sabiduría de hacer un edificio fuerte, moderno, calentito y acogedor; tanto como el algodón de azúcar que fabricaba para endulzarlos, hipnotizarlos. Pero Berto era un gigante… La luna que le gritaba por dentro sería su nuevo sol. Aquella que ese día estaba enrojecida, eclipsada por lo teóricamente bello. Berto, supo que no había planos para él, y construyó su obra desde los escombros de la “sabiduría”. Al fin podía descansar su espalda en su primera cama…
En Europa, y extendiéndose por más partes del mundo, los filósofos de la Grecia clásica insertaron en el pensamiento hereditario los planos de cómo construir el complejo. Cómo construir una vida y alcanzar nuestro Télos (el fin, el para lo que estamos llamados a ser), para Aristóteles la felicidad. La empresa no sólo son Aristóteles, Platón (quien creía que sólo se alcanza la felicidad desde la sabiduría), y cuantos construyeron esas ideas; sino todos los que hoy dirigen vuestra forma de entender el mundo. No me meteré en quién forma la empresa, deberéis sacarlo vosotros. Una empresa que no dará su brazo a torcer para derruirse; sólo buscará esos ajustilos que la “engrandezcan” irónicamente.
Lo que vengo a apoyar, ahora en primera persona, es la desvinculación total entre la sabiduría y la felicidad. Todos somos diferentes y perfectos, y las reglas para ser feliz no están escritas en ningún plano, ningún libro ni ningún edificio. Están dentro de ti, y están esperando a que las descubras. Cuando un trozo de cuero enrollado saca la más enormes de las sonrisas en un niño del sur; mientras que el último i-phone sólo consigue sacar el más ansiado deseo de otro nuevo, a pesar de tener la edad a la que muchos de los otros no consiguen llegar, o conocer el pensamiento de las más influyentes personalidades de la filosofía, la religión, la economía o la justicia. ¿Quién es más feliz? El gigante que vive haciendo joyas de la chatarra, o el que hace chatarra de las joyas. Y no me refiero a “chatarra” y “joyas” en su sentido primario…
Lo natural es ser feliz. Lo natural es dejarse fluir; que el río te lleva. Tal vez la empresa quiera nadar contra corriente. Tal vez la gente lo haga, y lo llame sabiduría. Si fuera así, quien dice nadar contra corriente, tan sólo estaría dejándose guiar por su río. La “ignorancia” para el ignorante. Su felicidad.
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